AbiertaPorInventario

Esto ha sido una especie de cita de jueves. De aquellas nuestras. Solo que empezó en miércoles. Hace mil años de esos tiempos. Mil años de las clases de samba. Mil años de tú viniendo a recogerme. Poniéndote celosísimo de presuntos hombres que presuntamente me hablaban, que yo ni percibía. Aquel japo ya cerró. Nos encantaba la terraza, el vino blanco especial sushi. La comida. El ritual. Yo iba siempre echa un asco y tú siempre me veías guapísima. Un poco como hoy.

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mantra

Del sánscr. mantra; literalmente 'pensamiento'.

1. m. En el hinduismo y en el budismo, sílabas, palabras o frases sagradas,  generalmente en sánscrito, que se recitan durante el culto para invocar a la divinidad o como apoyo de la meditación.

Decías que no era nada para ti. Nada en tu vida. Nada de nada. Cero Te cansaste de repetirlo por activa y por pasiva durante años. Repetírselo sin necesidad. Repetírselo una y otra vez, con crueldad, todos los años que ella estuvo siempre que la necesitaste sin pedir algo a cambio. Siempre para nada. Y cuando dio por buena tu mentira solo porque ya no podía soportar más el ninguneo violento, el antimantra. Cuando se cansó y te dijo adiós y se despidió y te dejó en paz con tu todo sin nada que perder, ahora de pronto la añoras, repites su nombre sin sentido por todas partes, gritas que la echas de menos. Te regodeas en la falsa nostalgia de aquella nada. El antimantra renovado. La misma mentira repetida a ver si termina por creerte y vuelve a ser aquella nada que estaba siempre que la necesitabas. Pero ella ni se miente ni te engaña. Sigue siendo exactamente igual que siempre. Verdad insobornable. Hubo un tiempo en que aquella verdad suya, reluciente, te hacía sentir deslumbrante. Echas de menos aquella luz, ahora que por fin has entendido qué es de verdad la nada.

¿Ulises también paga?

Por favor Jota, es un perro.

Pues el cabrón del perro ha comido más salmón que yo.

Es un “all you can eat”. Come hasta que explotes y dejanos en paz. Estoy harta.

Me levanté. Todos me miraron. Solo una persona en aquella mesa intuía qué iba a pasar y no era él. Entré al restaurante. Saqué una bandeja de shashimi de salmón a la terraza. La puse delante de sus narices.

Toma. Para que te calles.

¿Estás enfadada de verdad?

Si. Joder. Me molesta muchísimo tu tacañería. Me amargas. Te sobra la pasta y aquí estás, cabreado porque un perro ha comido un poco de salmón. Es insoportable.

Creo que le enfada otra cosa, Be. Ya no solo tiene celos de mi. Ahora también de Ulises.

Todos menos el perro nos reímos

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Dices que no lo sabes,que no lo recuerdas, que está todo borroso. Que el final no fue un día concreto porque el comienzo tampoco fue un día concreto. Mientes. Claro que sabes cuándo empezó aquello. Tu cuerpo como un reloj atómico grabando en sus sistemas todos absolutamente todos los detalles, incluso los más inapreciables, hasta los aparentemente irrelevantes. Su sonrisa casi infantil, ilusionada.

Te dijeron que te lo inventabas, que eran falsos recuerdos, que eras tú fantaseando con aquello. Exagerando. Fábulando. Luego, años después, apareció un vídeo que alguien había grabado. La secuencia entera desde el portal de enfrente. Alguien grabó esos 7 minutos y 23 segundos solo para darte la razón. Para recordarles a todos que mucho cuidado con tu cuerpo preciso como un reloj atómico. Y justo por eso atómico tuyo, también recuerdas perfectamente el final. Eras entonces, más que un reloj, una bomba atómica. Explotando. El cráter que creaste todavía sigue allí, intacto. Cláro que fue un día concreto. Un sábado de julio. Hace muchos años, ya. Hacía calor, llevabas demasiado escote, estabas morena, espectacularmente guapa. Aparentemente inofensiva. Harta de tantísimas tonterías sin sentido. Aburrida de la nada disfrazada. Detonaste la bomba sin inmutarte, sin decidirlo tampoco, como cuando rebosa un vaso de agua. Con esa calma de catástrofe avisada. Te quedaste a ver aquel desastre y saliste de allí sonriendo incendiaria, a una terraza donde alguien te sirvió un cóctel con sombrilla y bailaste hasta las tantas como si nada fuese a cambiar a partir de entonces.

Hay finales que son la única forma de mantener intactos los principios.

Al me mandaba sms (qué tiempos aquellos) desde el otro lado de la mesa de reuniones. En la pantalla una ppt decía “maqueta aceitada” y “maqueta rejeitada”

O sea, maquetas aceptadas y rechazadas. Pero en portugués. Al me mandaba sms diciéndome: qué asco, ponerle aceite a la maqueta, nos va a subir el colesterol con tanto aceite, qué aceite será, cómo las aceitarán, con una brocha?, nos vamos a poner perdidos cuando las construyamos tanto aceitarlas.

Y cosas así. Yo leía sus sms intentando aguantarme la risa, dejaba aquel nokia clam shell sobre la mesa, lo miraba y le hacía un gesto cada sms, distinto pero muy parecido al anterior.

Él seguía y seguía. Fueron dos horas de maquetas aceitadas. De SMS. El hombrecillo bajito y calvo de manos nerviosas que medio presidía aquella reunión parecía a la vez impacientarse con la lentitud de todo aquello y enfadarse muchísimo mirándonos con suspicacia cada vez que yo cogía o dejaba el móvil.

Esa era la tercera vez en mi vida, y tercera en 3 días, que veía al hombrecillo. Aun no recordaba su nombre.

La primera había sido el domingo, Al me dijo que se acoplaba un tío de la mesa de compras que estaba muy colgado y se aburría. Era una cena de equipo en la que yo también me sentía bastante acoplada. El Nómada andaba al otro lado del mundo y yo acabé, no me preguntéis cómo, oyendo a un chico de Bahía explicando su boda con su mujer. Todavía no entendía prácticamente nada de portugués así que me aburrí mucho. Recuerdo el calor, el olor a soja, el dolor de cabeza de intentar descifrar palabras parecidas a las que conocía entremedias de aquel acento.

La segunda fue en una reunión donde nos presentaron a “los nuevos” y nos contaron un poco de qué iba el proyecto. En portuñol. Entendí lo suficiente como para tener claro que sabía hacer el trabajo pero necesitaba urgentemente aprender el idioma.

La tercera fue aquella. Al y yo salíamos riéndonos de la dichosa reunión del aceite y nos lo encontramos en la puerta. “Anda que ya os vale con la coña. Y sin incluirme”.

Podría decir que en aquel momento supe que seríamos amigos pero simplemente no es cierto. Solo respiré aliviada porque hasta ese momento sentía que a él le parecía fatal nuestra actitud.

Le contamos de qué iba aquello. Le enseñé los sms. No entendía la coña del todo. Le pareció una broma infantil. Probablemente lo fuese. O simplemente el cerebro de Al y el mío jugaba con las palabras, las codificaba y descodificaba de una forma distinta. Jota nunca aprendió a hablar bien portugués, tampoco hablaba bien inglés pero se defendía suficientemente en ambas lenguas y creo que tenía que ver con cómo para él las palabras eran simplemente algo práctico. No había más dimensiones. Casi nunca.

Unas semanas después llegó el Nómada del otro lado del mundo directamente a mi lado. Para entonces Tito Jota y yo ya éramos más bien amigos aunque él siguiese pensando que yo hacía unas bromas tontísimas. Al Nómada tampoco le hacía gracia aquella broma. Creo que porque no hablaba suficientemente bien ni español ni portugués. De hecho no entendía muy bien por qué tanta tontuna.

Meses después, comiendo en un churrasco, en una mesa de 26 personas, donde la única lengua común era el portugués, yo interrumpí algo que estaba contando para decir “ay, no me gusta, qué aceitoso”. Y de pronto al Nómada le dio la risa. Porque pensaba que decía en portugués que alguien era muy de aceptar, y tardó un milisegundo en comprender que aquello no tenía sentido, que me había pasado sin darme cuenta al español para quejarme de la comida.

Tito Jota asistió a toda su explicación entre risas mezclando tres idiomas con su típico cabeceo. Esa forma de negar con la cabeza, sonriente, mirándonos a uno y a otro, casi dulce, guasón, porque hubo un tiempo en que nos consideraba una especie de unión indestructible de puro floja. Esa tontada del hilo rojo pero de verdad. Insistía todo el rato en que si lo nuestro no funcionaba él dejaba de creer en la pareja, porque nos vio encajar uno con otro a base solo de intentar entender al otro sin renunciar a nada importante.

Yo le decía siempre que las parejas, como todos los vínculos, duran hasta que rompen y que la pregunta es si el tiempo que duran son de verdad o solo un teatrillo. Quiero pensar que todo ese teatrillo que los 3 hacíamos cuando estábamos juntos, era verdad desde el principio hasta el final. Y sé, porque me lo dijo, que me consideraba su amiga precisamente porque no tenía que disimular nada conmigo, ser tan tonto, tan cargante o tan insoportable como necesitase sabiendo que yo me quejaría en cuanto se pasase de la raya. Casi nunca se pasaba de la raya.

A veces me pregunto si seguiría en mi vida 12 años después o nos habríamos ido separando como nos separa la vida de gente que queremos. Sé que es un poco ridículo este atesorar mío de cada enero, este álbum de anécdotas ridículas. Sigo guardando el nokia donde dejó uno de los mensajes de voz más bonitos que nadie te puede enviar. No funciona. El aparato no funciona. Pero quiero creer que las tripas de la máquina conservan todas aquellas palabras eficaces, concretas, cariñosas y sinceras que dejó para mi y que empezaban “Abandona el comando albóndiga de inmediato, tus amigos te echamos muchísimo de menos”. Quién nos iba a decir que iba a ser yo la que más lo echase de menos…

Del fr. fractal, voz inventada por el matemático francés B. Mandelbrot en 1975, y este del lat. fractus 'quebrado'.

1. m. Mat. Objeto geométrico en el que una misma estructura, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas y tamaños. U. t. c. adj.

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Eso animal tuyo me desconcierta. Nunca pensé que utilizaría esa palabra para algo así. Esa forma animal inexplicable de pensar más rápido que yo que soy siempre el más rápido en todas partes. Esa forma cuasi fractal de abrir caminos simultáneos. De construir alternativas. Probablemente no sepas qué significa fractal. Da igual. Ahora sé que no me necesitas para llegar a entenderlo y que adoraría tu explicación a la vez inexacta y precisa. Literatura, lo llamas mientras bebes una cerveza con gusto a ron. Entraste allí, toda tú, curvas y contracurvas. En esa sala. Entraste en el plano, invadiéndolo entero. Rebosándolo. Todos nosotros equivocados equivocándonos. Intentando impresionarte siendo el que más sabe de todos. Tu colmillo afilándose a medida que nos ibas viendo llegar, lentísimos, a la conclusión. Esa sonrisa que empieza siempre en el fondo de tus pupilas. He aprendido a identificar esa chispa inicial y a rendirme en cuanto aparece. Rendirme por completo. Pero aquel primer día tu chispa de guasa encendió la mía rabiosa de ganador que va perdiendo y mi rabia despertó a la fiera que marca los límites de cada juego. También aprendí en aquel momento a no despertar cierta fiera, no tentar ciertas formas de suerte. Tu colmillo se escondió enfadado. A veces, cuando te enfadas así eres solo una mujer aburrida. No hay nada más peligroso que aburrirte. Y te aburren quienes te creen tonta. Te aburrí y me destrozaste para enseñarme un mundo mejor, a un ritmo distinto. Tirada en aquella silla, mirándote el lunar del hombro derecho esperando paciente y displicente mientras nosotros seguíamos lentos avanzando por el razonamiento. A mi la cabeza ya se me había pasado de revoluciones cuando te incorporaste en el punto justo en que supe que tenías razón desde el principio. Y que no necesitabas más que mi mirada de reconocimiento para volver a la risa. Pues a eso me refería. Pensadlo y me contáis. Meses después yo mismo miraba el lunar de tu hombro para no mirarte la boca, para que no me vieses reírme, para no parecer tan feliz y con tantas ganas de besarte. Para disimular mi nariz olisqueando esa cualidad salada y tostada de tu piel garrapiñada. Y todavía tuvieron que pasar semanas hasta el día en que la chispa al fondo de tus ojos completamente negros anunciase el festín en el que se ha convertido mi vida. No voy a ser yo la que intente besarte, me dijiste con tono neutro mientras te aguantabas la risa, y yo me relamía mirándote los labios encarnados. ¿Cómo? Pasé de la sorpresa a la euforia en tiempo récord. Que vas a tener que hacer algo tú, para variar. ¿Aqui? ¿Ahora? Mis manos abiertas señalado el alrededor. Donde quieras. Cuando puedas. ¿Se supone que tengo que intentar besarte? No. Solo digo que me gustaría que nos besaramos pero no voy a ser yo quien lo intente.

Ese día, esa madrugada, más bien, le prometí que escribiría sobre aquello. Veníamos de un tiempo raro. Él acababa de descubrir que a veces escribo en serio. Ya había entendido hacía meses que a veces escribo como quien respira o como quien habla. Sin que me cueste aparentemente demasiado ni la perfección del resultado tenga excesiva importancia.

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(Recuperada. 06/11/2020)

La música es esta piel estremecida, este cambio en la respiración, este palpitar, esta boca entreabierta, estos dientes arañando la piel fina de los labios. Este no poder abrir los ojos. Este notar de pronto el lino de la camisa como una especie de caricia. Algo vibra desde el atardecer de hace 20h en Bogotá hasta las telas, las terminaciones nerviosas de este salón al sur de Madrid. Esa guitarra sucia, el pulso dilatando los lugares donde circula la sangre como queriendo desbordarse.

Un minuto y medio, una voz que cuenta hasta 3. La velocidad lenta a la que las caderas dibujan infinitos. El vaivén. Todo. La música es esto todo de golpe, sin avisar, derramándose. Media hora antes del toque de queda.  

testigo

nombre común

  1. Persona que está presente en un acto o en una acción, con o sin intención de dar testimonio de lo que ha ocurrido.

  2. Persona que ha presenciado un hecho determinado o sabe alguna cosa y declara en un juicio dando testimonio de ello.

Han pasado 11 años y el Nómada sigue respondiendo a mis pseudomenciones. Ni siquiera sé cómo lo hace pero sigue encontrando una manera, a veces pequeña, otras grande, de decirme que sigue en mi vida de esa forma que conseguimos encontrar y que funciona para ambos.

Ayer un pão de queijo me recordó una de las razones por las que siempre le quise tanto: su capacidad para respetar mis espacios y no jugar conmigo a jueguecitos de poder absurdos. Un pão de queijo me recordó que él entendía las cosas que le explicaba. Un rato después sonó el teléfono. Media mañana en su lado de la línea, sobremesa en mi mundo. Hablamos un rato. Me preguntó qué iba a escribir sobre Javi este año. Si quedaba algo que contar.

Justo un día después de mi saudade de tempestades. De las dos tormentas eléctricas que viví con él, que pensé y no conté.

La primera era jueves. Sé seguro que era jueves. Dani tenía miedo de llegar tarde a recoger a su hija de rehabilitación así que salió antes de su hora huyendo del atasco de la tormenta. Luego la tormenta terminó retrasándose. Era jueves y al día siguiente había cierre mensual y los equipos de desarrollo estaban muy nerviosos porque no les habíamos aprobado lo que no cumplía. Estaban muy nerviosos porque hacíamos nuestro trabajo. Era jueves y yo sabía desde primera hora que no iba a llegar a mi clase de samba.

Era jueves de tormenta retrasada, todo el mundo estaba muy nervioso y la electricidad estática y el cielo como de apocalipsis y yo con la paciencia justa y él enviando mensajes como miguitas indicando el camino: “te espero, tranqui, yo tb tengo lío” y 10 min después “me la he jugado a adivinar qué te apetecerá cenar”.

A las 17.45, 15 min antes de que cerrase la cafetería de la ofi, me subió a través de Tito Jota un cortado “just in case”. Un cortado y un trozo pequeño de bizcocho. Jota vino dando saltitos hasta la sala de reuniones donde yo, enfadadísima, les decía a dos muchachos que pondría el “carimbo” (sello) cuando estuviesen bien. Y punto. A menina espanhola ya se sabía, “fica muito brava as veces” . Fla a mi lado hacía de poli bueno mucho más enfadada que yo en el fondo pero con su sonrisa dulce y encantadora encogiéndose de hombros como diciendo “ya sabes cómo es”. Javi entró dando saltitos con el cortado y el trozo de bizcocho y me salí de personaje.

A él le dio la risa cuando vio cómo me cambiaba la cara. - ¿Cómo sabes, bribona, que vengo de emisario? - Ay Jota, a ti jamás se te habría ocurrido subirme un café. Quiero decir, si te hubiese pedido hace un mes que hoy, a esta hora, me trajeses un café, sé seguro que lo habrías hecho encantado. Pero no se te ocurren estas cosas. - Ah. Y al Nómada sí? - Bueno. Ahora sí. Es evidente que sí. Han pasado muchos meses y es un chico listo y escucha. -Te escucha a ti y porque le conviene. -Vale, pero me escucha. Mira estos dos: les conviene escucharme y ni puto caso me hacen y ahora me tienen aquí perdiendo el tiempo.

Era jueves. La tormenta estaba prevista a las 5. Ya eran las 6. El cielo estaba cada vez más gris. Yo cada vez más harta de aquella conversación que pretendía agotarme, que pusiese el sello para que me dejasen en paz.

Era jueves en aquellos meses en que él decidió que para dejar de fumar yo le racionase el tabaco. Los dos sabíamos que era una excusa tontísima y que cuando me echaba de menos escribía “necesito tabaco” y yo bajaba y a veces se olvidaba de fumar.

Era jueves. A las 18.45 Javi pasó por la sala para ver si nos quedaba mucho porque quería irse. Seguíamos exactamente en el mismo punto besuguil de la conversación y empezaba a estar realmente cabreada. “Nos queda hasta que ellos se cansen. Yo, al menos, he merendado”

“Te va a pillar la tormenta. Ten cuidado”

A las 19.05 el primer relámpago por la ventana encendió algún mecanismo. Me levanté sin decir nada. Aquellas 3 personas me miraron estupefactas. Salí al pasillo. Bajé corriendo dos pisos de escaleras. Pasé la tarjeta por el torno. Enloquecida. Salí a la calle. Llovía torrencialmente, el cielo era una obra de arte y electricidad. Sólo se oían los truenos y el chaparrón. De pronto apareció él, en mangas de camisa, también empapado. Nos besamos mucho rato. Yo tiritaba. Dije “parecemos una puta película. Joder. ¿A qué salías si ni tienes tabaco?” Y él respondió “a buscarte”. ¿Pero me has visto por la ventana? Beatriz, mi ventana da al otro lado. He visto los relámpagos y he venido.

Parecemos una puta película. Nadie se va a creer esto jamás. Voy arriba, los niñatos tienen que estar flipando. Bajo en 10 min y nos vamos. Te espero aquí.

¿Vas a dejarlo todo encendido? Apagué a las 5, le oí decir mientras la puerta se cerraba. Subí en el ascensor como en un trance. Chorreando. Entré en la sala y les dije que o me mandaban la entrega corregida a las 7 de la mañana y se la aprobaba antes del cierre o no se la aprobaba y punto. Ni siquiera dijeron nada. Supongo que era bastante cómico verme como una sopa tiritando mientras recogía mis cosas. Volví a la calle. Él seguía bajo una lluvia que empezaba a escampar. Pero ya no estaba solo. Tito Jota gritaba al teléfono “Bueno, Al, no te lo vas a creer, pues no salgo del garaje con el coche y me veo a estos dos ahí en la puerta del edificio 4 morreándose como si nada, debajo de la tormenta, como en un anuncio de colonia? Le he dicho al chófer que pare y me he bajado. Me los llevo a casa antes de que se resfríen.

Tenemos un testigo. Tendrán que creernos. Se reía. Qué llevas haciendo desde las 5? Le pregunté muy seria. Esperarte. Se reía.

¿Dónde cenamos? Preguntó Jota. Tú no sé. Nosotros en la 911. Se reía. Sacó el móvil. Cambió la reserva del jueves al viernes mirándome muy fijo. No dije nada. Entró en el coche, se sentó en el medio del asiento de atrás. Aquel viaje duró una hora que se me hizo eterna. Una hora con mi cabeza en su hombro, tiritando de frío. Él solo se reía y me decía “es lo malo de tener testigos”. Yo quería fundirme con él.

Y ayer cuando me llamó y me preguntó de qué iba a escribir le dije “de que ya no tenemos testigos”. Aquella vez Javi me estorbaba. Habría pagado por que se hubiese esfumado. Y mira por dónde. Ahora pagaría por poder preguntarle “te acuerdas de aquel jueves de tormenta cuando el Nómada y yo parecíamos una puta película o un puto anuncio de colonia?”

Algunas veces, cuando estábamos con gente, gente que ni conocía al Nómada, tito Jota bromeaba sobre aquello: a Beatriz es que le gustan mucho los anuncios de colonia. Y la gente preguntaba y yo decía “muchísimo, sobre todo cuando hay tormenta” y nadie entendía nada. Siempre es la complicidad. Ya sabes.

He tardado años en entender completamente aquel paseo invernal por Madrid, el primero de tantos. Muchos años. Tuvieron que venir incontables paseos más, juntos, los dos, a ese paso siempre perfecto. Cuando camino contigo nunca vamos demasiado rápido ni demasiado lento y cuando llevo tacones no tengo ni siquiera que decirte que llevo tacones para que aflojes el paso y acortes las zancadas de tus piernas larguísimas.

Tampoco es exactamente que lo decidas de una forma consciente. Simplemente te das cuenta. Sin darte cuenta de que te das cuenta.

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